Por Iván Giordana

De los siete días que tiene la semana, cinco los inicio en la oficina, disimulando mi somnolencia y tecleando una contraseña que le demuestra a mi computadora que quien dice ser yo, soy yo. Desde el viernes pasado, y a tono con lo que sucede en casi todo el planeta, hago lo mismo sólo que permanezco recluido en casa junto a mi familia poniendo a prueba el ingenio grupal para la supervivencia.

Afuera, en las calles desoladas y afónicas en las que la naturaleza va recuperando lentamente el espacio perdido, hay un enemigo cruel y despiadado que tiene en vilo a la raza humana. No es una invasión extraterrestre, ni una lluvia de misiles y mucho menos una nube radioactiva, es un virus ingobernable que deambula muy orondo por los cuatro puntos cardinales dejando a su paso un adhesivo manto de muerte y  tristeza.

Mientras prestigiosos epidemiólogos e investigadores buscan dar con la vacuna que cure esta expansiva enfermedad nacida en Oriente por razones aún desconocidas, los ciudadanos comunes tenemos a nuestro cargo el deber de evitar la circulación y el contacto para cortar la cadena de contagio. La orden impuesta es simple y concreta, el único inconveniente es que necesita tiempo para mostrar su resultado y, siendo sinceros, en estos últimos años nos fuimos desacostumbrando a ser pacientes y respetuosos con los procesos. Quizás en la sencillez del método radique su eficacia.

Parece mentira que en los albores del Siglo XXI, en plena revolución del conocimiento científico, en una época dominada por el indetenible desarrollo tecnológico, la forma de poner temporalmente de rodillas a un microorganismo infeccioso sea manteniéndonos aislados como monjes de clausura.

Al margen de las teorías conspirativas e ideas apocalípticas que se tejen alrededor de este fenómeno, reconociendo la multiplicidad de problemas socioeconómicos que genera y apartando de un plumazo la paranoia que crea la información falsa, hay un dato cierto e indiscutido: somos más vulnerables de lo que creemos.

De repente, como quien no quiere la cosa, un organismo microscópico anidó en el envase de un individuo que andaba por ahí y en sólo cuatro meses acorraló a la totalidad de la población mundial, sembrando el pánico y obligando a repensar la supuesta superioridad del homo sapiens.

Un germen inclusivo, que no repara en lo que nos diferencia, deja inerme a los poderosos y sin amparo a los desposeídos. La peste acecha a la vuelta de la esquina. Un mar de lava derrite las esperanzas de un mañana seguro.

Octavo día de cuarentena forzosa en Argentina. Que no te paralice el miedo. Que te distinga la prevención. Para este bicho contagioso, nadie tiene coronita.

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