Por: Conrado Bocco
En las cortezas de los plátanos se agolpan las cigarras. Un ser que se abraza al árbol, conoce su futuro. Dormita y mira de reojo el horizonte. Se sabe finito, más finito que cualquier objeto. Ha visto cómo los que tienen un alma duran menos. Es la naturaleza la que delimita. Hasta alguien como él lo entiende. Sobrevivió a los huracanes, a las sequias, a las inundaciones. Aunque perdió a sus esposas, cumplió con su destino. De eso se trata la vida. El tiempo lo hizo sabio. Los hechos atraviesan la carne con conocimientos. Se sabe solo, pero siente más vejez que soledad. La muerte dejó de ser una pesadilla lejana y disfruta verla, presumida, amigable. Carga con una pizca de enfado, porque la sabiduría entrando por sus poros ha enseñado: depresión es el estado inconsciente de sentirse extinguible. Cómo puede ser tan grande la torpeza, de ser para dejar de serlo. Los de su especie no tienen dioses. Tal vez no esté dormitando mientras se abraza, sino actuando de anciano, y contempla. Aunque sepa lo que va a acontecer, sigue allí. Un grupo de coyuyos se desgañitan y de su canto hacen la rutina. En los esteros descansa el río y en la humedad de brazos mansos, más el calor de otro verano, brotan los deseos de aparearse. Es el lenguaje de natura. Para él, la repetición de sucesos ha robado los sabores con amarga felicidad. Los vientos del norte nacen en hogueras y con látigos calientes lo acercan a la muerte. Todo se transforma al ritmo de la magnífica orquesta. La vida cabalga en el roce de las alas. Con un soplido gira el molino, engorda la hojarasca, nace un niño, mueren los ancianos. Es lo que sabe, y va a suceder. Se despide, tiernamente, como todos los que han hecho del canto una vida. Al fin y al cabo, creyó ver una cigarra en su laguna del final.