Por: Iván Giordana.

En mi vida hay pocos acontecimientos extraordinarios, contadas situaciones de esas dignas de  engrosar libros de historia. No fundé ciudades, no descubrí vacunas, ni siquiera compuse una canción pegadiza. Sin embargo, cuento en mi haber con un suceso particularmente interesante: fui el primero que dio una vuelta en la calesita de la ciudad de Sunchales (o eso creo).

Cuando le comenté ese hecho a Cristian y le aseguré que tenía una foto movida y decolorada en la que aparecía sentado sobre el auto anaranjado, me retó a conseguirla y armar un relato. La foto no la encontré -en realidad, ni siquiera la busqué- porque buceando en la entrevista que Hijos Del Pueblo le hizo a Florentino Viale hace unos meses caí en la cuenta de que ese chico que aparece a lo lejos no es mi vecino Juan y sus hermanas sino yo mismo con ellas. Por aquellos años todos los infantes usábamos flequillo, de manera que lo que me ayudó a identificarme fue ese buzo rojo y blanco con algo de azul del que todavía tengo recuerdos.

Promediaba la década del ochenta del siglo pasado cuando por iniciativa e insistencia de su joven ayudante Jorge Bovaglio, Florentino decidió que era tiempo de que Sunchales tuviera una calesita. En realidad había pensado en un pequeño tren con dos o tres vagones que pudiera circular por la plaza, pero como había dificultades para hallar una póliza de seguros adecuada, prevaleció la idea de la calesita. Hasta ese momento sólo se podía disfrutar de una muy pequeña que venía desde San Francisco montada sobre un tráiler.

Tomada la decisión y estudiados los posibles mecanismos para hacerla funcionar correctamente, llegó el momento de construirla. Florentino tenía herramientas suficientes, un asistente inquieto e ingenio de sobra para cumplir con la tarea.

Como era de esperar, los más ansiosos del barrio éramos los chicos, que desde que vimos los primeros soportes de la estructura dispuestos en el patio del padre de la creatura, pasábamos a diario para ver si estaba terminada.

La tarde en la que mi hermano preparó la cámara de fotos y me dijo contento que la calesita ya tenía el primer auto, salí disparado hacia la casa de mi célebre vecino. Efectivamente, ahí estaba el bugui al que me subí de inmediato para disfrutar de un paseo personalizado. Después me enteré que la figura no estaba definitivamente afirmada y que Florentino sólo la había probado para tomar medidas y proyectar la distribución, por eso en la foto que ilustra este texto hay un único prototipo y es una lancha.

De otra cosa que también me enteré después, más precisamente hace un par de semanas nomás, es que Don Viale había tomado el modelo para los botes y los autos de unos juguetes que teníamos en mi casa. Otro motivo de orgullo para mí.

Pasaron más de veinticinco años de la instalación de la calesita en la plaza Libertad. La mudaron en una oportunidad y la refaccionaron –poco, porque es como un reloj suizo- en algunas otras. Cada vez que mi hijo mayor quiere subir a uno de los autos, le pido que se porte bien y que cuide el descapotable de papá. Me mira extrañado, entrega su boleto y espera ansioso mientras yo pienso en las vueltas de esa incansable calesita, en las vueltas de la vida.

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2 Comentarios

  1. Hola Ivan..no pude dejar de hacer zoon.. esas somos nosotras con mi hermana.?. inolvidable la calesita, los buzos rayados y los pantalones con parches en las rodillas…

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