Por Fernando Calamari
El archipiélago austral de las Malvinas está ubicado a 480 km de la costa continental argentina en el extremo sur y se compone principalmente por dos islas: Gran Malvina (o Malvina Occidental) y Soledad. Es muy posible que los indios yámanas fueran los primeros seres humanos nómades que las descubrieran mediante viajes en canoa desde Tierra del Fuego. Esta teoría está apoyada por el hallazgo en el suelo malvinense de vestigios antropológicos de dicho pueblo originario. Posteriormente, en 1520 un barco español de la expedición de Fernando de Magallanes arribó a este lugar. De esta manera pasaron a pertenecer al reino ibérico, si bien sin población y sin el nombre actual, aunque bautizaron San Carlos al estrecho que separaba a los dos territorios insulares.
La rivalidad de otros imperios europeos -luego se agregaría Estados Unidos-, sumado a la posición estratégica de las islas cercanas para controlar la comunicación entre el Océano Atlántico y Pacífico y la importancia de la pesca y la caza de ballenas como recurso de aceite para lámparas; hizo que franceses, británicos y holandeses arribaran al atolón y se diputaran su pertenencia. En este sentido, en 1690 los ingleses llamaron al estrecho de San Carlos Falkands, en honor a la persona que financió aquella expedición.
En 1764 Francia las ocupó. Creó el puerto de Saint Louis en Soledad y las llamó “Malouines”, en referencia a Saint Malo, lugar de donde provenían los marinos. España recuperó su soberanía en forma diplomática y utilizó el nombre francés adaptado al español: Malvinas. Pero en 1765 los ingleses se instalaron y las denominaron Falkands, aunque en 1770 los españoles nuevamente las recuperaron expulsando a los usurpadores. A partir de entonces, hasta 1810, el archipiélago formó parte de las colonias que España poseía en Sudamérica y, desde 1776, específicamente al Virreinato del Río de la Plata y la gobernación de Buenos Aires.
Como consecuencia de la Revolución de Mayo -en donde surge nuestro país denominado Provincias Unidas del Río de la Plata-, las islas se heredaron de España y en 1820 se envió una expedición para tomar posesión formal. Así, por primera vez se izó la bandera nacional y se ejerció nuestra soberanía.
Para consolidar la presencia argentina, en 1828 se designó a Luis Vernet -comerciante de Hamburgo casado con una argentina- para que conformara en Soledad una colonia dedicada a la ganadería. La misma estaba poblada por ingleses, alemanes y argentinos criollos e indios pampeanos, hábiles en dicha actividad introducida por los españoles. Al año siguiente, Vernet fue nombrado gobernador del archipiélago. Su misión también era proteger y controlar la pesca por parte de buques extranjeros, como ingleses y estadounidenses, los cuales muchas veces no respetaban esta actividad y rapiñaban ganado.
Incrementando su imperialismo, Gran Bretaña reclamó su soberanía en las islas argumentando ser la descubridora y en 1833 las ocupó militarmente. Despojó a los colonos de sus propiedades y los expulsó, de igual manera que a las autoridades nacionales. A partir de ese momento, nuestro país, denominado Confederación Argentina, reclamó diplomáticamente su derecho de posesión.
Diversas resoluciones internacionales en el siglo XX avalaron la protesta argentina. Por ejemplo, en 1965 la ONU instó a los dos países a negociar, pero Inglaterra nunca acató tal resolución, evidenciando su poder en el contexto mundial para desobedecer a la institución supranacional. Paralelamente, Argentina tenía una buena relación con los kelpers o habitantes británicos en las islas, ya que les proveía de combustible mediante YPF y otros productos. Igualmente, algunos isleños viajaban a la parte continental nacional para atenderse médicamente o para estudiar. Esto era por la cercanía geográfica entre las islas y el continente y debido a que Gran Bretaña no satisfacía las necesidades de los pobladores. Esto último se debía sobre todo a la gran distancia que la separaba del archipiélago (12.000 km), lo cual hacía oneroso el transporte de mercancías y personas. A su vez, los isleños eran considerados ciudadanos de segunda en el imperio británico, razón por la cual se les dio dicha denominación en forma despectiva.
En 1976 se llevó a cabo el golpe cívico-militar en la República Argentina que derrocó a la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón. A partir de ese momento la situación política, social y económica del país se agravó, sumida en el terrorismo de estado y neoliberalismo económico. En 1982, el gobierno estaba en manos del General del Ejército Leopoldo Galtieri y era cada vez más cuestionado y desprestigiado por sus crímenes, empobrecimiento de la sociedad, desmantelamiento de la industria nacional y endeudamiento externo. Entonces, debido a la intención de lograr el apoyo de la sociedad para continuar en el poder y sumado a la justa causa histórica de reclamo de soberanía por las islas, se decidió recuperar los archipiélagos y mares del Atlántico Sur, incluido las Georgias del Sur, Sandwich y Orcadas del Sur. Cabe destacar que la causa Malvinas fue uno de los pocos motivos que unió a los argentinos y era fomentado principalmente por la educación al inculcar a las diversas generaciones la legitimidad de Argentina.
Así, en la mañana del 2 de abril de 1982 se llevó a cabo el “Operativo Rosario” que consistió en la toma de la capital Puerto Stanley (luego rebautizada Puerto Argentino). El ataque sorpresa fue exitoso y se ordenó no causar víctimas inglesas, tanto a la reducida guarnición militar y a los civiles. En el combate murió el Capitán de Corbeta argentino Pedro Giachino. Los prisioneros políticos y militares fueron enviados a Inglaterra como señal de la buena voluntad del gobierno nacional. La estrategia política era forzar a Gran Bretaña a negociar diplomáticamente, por eso dicha repatriación y evitar bajas. Pero la manifestación multitudinaria realizada en la Plaza de Mayo como parte de los festejos de gran parte de la sociedad por la recuperación, fue interpretada por los dictadores como apoyo a su mandato. Por esta razón, se cambió el plan: se decidió continuar con el conflicto bélico. En ese momento el gobierno inglés de Margaret Thatcher había enviado una expedición militar para desalojar a las fuerzas argentinas, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial. En el palco de la Casa Rosada, Galtieri envalentonado dijo “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, lo cual fue colmado con una ovación de la muchedumbre fanatizada.
Pocos, como Raúl Alfonsín, vieron el error de recuperar las islas mediante la guerra porque Gran Bretaña era la tercera potencia militar del mundo, formaba parte de la OTAN (principal coalición bélica del orbe) y aliada histórica de Estados Unidos (fuerza guerrera más poderosa del globo). Sin embargo, esta apreciación no fue tenida en cuenta por las autoridades nacionales y creyeron ingenua y equivocadamente que el mundo occidental cristiano y capitalista en general (y Estados Unidos en particular) apoyaría a nuestro país ya que Argentina era su aliada contra el comunismo y las reformas sociales progresistas. En este sentido, preparó a los militares latinoamericanos en la Escuela de Panamá controlada por el gobierno estadounidense en la lucha insurgente y tuvo participación activa en la represión en Centroamérica.
Pero la realidad marcó que en la Guerra Fría primaron los vínculos sólidos del hemisferio norte anteriormente citados, agregado la lealtad del Concejo de Seguridad de la ONU y de la Unión Europea hacia Inglaterra. Ni siquiera la OEA -dominada por Estados Unidos- apoyó la causa argentina, si bien emitió una tibia declaración de compromiso de aparente respaldo. El único país que respaldó totalmente a Argentina fue Perú mediante las gestiones de su presidente Fernando Belaúnde Terry en la efímera negociación diplomática y por el envío de aviones y pilotos para la guerra.
Otra garrafal equivocación del gobierno nacional fue pensar que Gran Bretaña no reaccionaría militarmente por la acción argentina, desconociendo sus antecedentes coercitivos cuando una de sus colonias era atacada. Además, Thatcher enfrentaba una crisis interna por los efectos sociales de su política neoliberal, la cual la estaba debilitando para los comicios que se avecinaban. Por esta razón, una participación militar victoriosa la beneficiaría políticamente al igual que al Partido Conservador del que formaba parte.
Estas groseras falencias de análisis de la política internacional y el cambio de planes desnudan la falta de idoneidad profesional de los altos mandos de las fuerzas armadas que se preparan para un eventual conflicto armado, como ausencia de previsión, organización y logística, para hacer frente a la guerra.
Las citadas deficiencias fueron suplidas con el valor de los combatientes -militares profesionales y jóvenes conscriptos-, que lucharon con coraje y honor -aunque existieron algunas excepciones-, en medio de los problemas climáticos, suministros y armamento, entro otros. Muchos de ellos estuvieron posicionados en trincheras o en pozos de zorro (pequeñas excavaciones) en el suelo malvinense caracterizado por ser anegadizo. Esto causó la enfermedad pie de trinchera -edema, supuración y problemas arteriales-. Agregado el clima muy frío y ventoso, estas características físicas convierten a este lugar como uno de los más inhóspitos del planeta.
Argentinos de todos los rincones del país acudieron a combatir, incluso algunos en forma voluntaria. En poco tiempo, la mayoría de las tropas conscriptas pasó de vestir el guardapolvo blanco escolar de la secundaria al uniforme verde oliva del ejército o el blanco de la marina para participar en un suceso en donde se mata o muere.
A pesar de este patriotismo extremo, gran parte de la sociedad no vivió la guerra como tal sino que la consideró lejana. En efecto, y más allá de recaudaciones de alimentos, ropa de abrigo, dinero y alhajas -mucho de lo obtenido nunca fue para beneficiar a los combatientes, lo que manifestó corrupción-; cines, teatros, restaurantes, confiterías, estadios y otros espacios de la vida social funcionaban con habitualidad. Como excepciones se alude a las familias y amigos de los soldados y las ciudades del sur que realizaban apagones para evitar posibles bombardeos. Incluso, Argentina jugó el Mundial del Fútbol en España como parte de la vida “normal”. Las noticias manipuladas como los medios oficialistas y la revista Gente hablaban de que se estaba ganando la guerra.
En los 74 días que duró la contienda desde el 1° de mayo -donde ocurrió el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea-, hasta el 14 de junio; participaron 23.428 soldados argentinos, incluidas 16 mujeres enfermeras y murieron 649 combatientes. El 2 de mayo, minutos antes de las 16:00hs, se produjo el hundimiento del arma más poderosa argentina: el crucero General Belgrano. Este barco sobrevivió a Pearl Harbour con el nombre de Phoenix y pertenecía a la marina estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Esto infiere el equipamiento de las fuerzas armadas nacionales, bien posicionada a nivel regional pero no para una contienda con las potencias referidas. El Belgrano fue hundido por el submarino nuclear Conqueror con dos torpedos.
La nave insignia de la Armada no estaba en el escenario de guerra sino que se localizaba fuera de la zona de exclusión que fijó Gran Bretaña como área de soberanía y regresaba escoltada por dos barcos destructores a Tierra del Fuego. La decisión del hundimiento la tomó Thatcher e impidió cualquier solución diplomática de la guerra. Murieron 323 marinos (casi la mitad del total de caídos argentinos en la guerra). Esta baja fue también un duro golpe para la moral y puso fin a las incursiones de la flota nacional en la guerra para evitar ser nuevamente atacados por submarinos.
Sin embargo, la respuesta argentina no se hizo esperar y el 4 de mayo aviones Super Étendart (de fabricación francesa) hundieron con un misil exocet (también francés) el moderno destructor Sheffield. Esto igualmente impactó fuertemente a la estructura militar rival porque dio fin a su arrogancia de invulnerabilidad y subestimación a su oponente. Igualmente, manifestó para los primeros que la guerra no sería fácil, a la vez que se impuso el respeto a la pericia y valentía de los aviadores argentinos, quienes realizaban misiones despegando desde el continente y volaban en forma rasante sobre el mar para no ser detectados por los radares enemigos. En efecto, la Fuerza Aérea demostró su eficacia hundiendo a varias naves y atacando por sorpresa. Otro golpe, tal vez de mayor magnitud por la magnitud y poderío del blanco, fue el ataque aéreo al portaviones Invencible -navío de guerra insignia de la armada británica en la guerra-, que fue dejado fuera de combate por las averías causadas.
Mientras tanto, Estados Unidos suministraba al oponente europeo información satelital sobre el movimiento de las fuerzas argentinas en el mismo momento que engañaba con su aparente neutralidad y gestión diplomática para resolver el conflicto. Igual ayuda dio Chile con respecto al espionaje y logística también bajo supuesta neutralidad. Estos elementos, sumado los errores de planificación aludidos, provocaron la victoria enemiga. El principio del fin fue cuando se realizó el desembarco británico en el estrecho de San Carlos porque lograron hacer una cabeza de playa e introducirse para marchar hasta Puerto Argentino. A pesar de los cruentos combates, por ejemplo Pradera del Ganso y Monte Longdon (cercano a la capital), resultaron victoriosos. En sus filas perecieron 225 soldados, casi todos profesionales. Esta cifra fue la mayor pérdida de combatientes que tuvo Gran Bretaña después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, lo que infiere la magnitud del conflicto sureño.
Con respecto a las Georgias del Sur, Sandwich y Orcadas del Sur, también formaron parte de la guerra, resultando la misma efímera porque el 3 de abril se recuperó la primera y el 23 de ese mes los ingleses la volvieron a ocupar.
Detrás de los números y datos, existen historias humanas de valentía, compañerismo, sufrimiento, privaciones, sueños rotos, esperanzas y amor de familia, entre otras. Incluso se dieron situaciones de camaradería entre los dos bandos, como enterrar con honor a un oficial inglés o no abatir a un soldado argentino en combate. Además, no se asesinaron o abusaron a los civiles y se respetó la Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra.
El denominador común argentino fue la entrega de aquellas personas en un conflicto absurdo porque la guerra es la máxima expresión de la incapacidad humana para resolver diferencias y en donde aquellos que la declaran no combaten y mueren los que envían a pelear, mayoritariamente jóvenes. En el caso nacional, los 237 caídos en las islas fueron enterrados en el cementerio Darwin, donde hasta la actualidad se reconocieron 109 identificaciones por exámenes de ADN en tumbas sin nombre o sepultados como “Soldado solo conocido por Dios”, quedando por el momento 21 NN (una de las pocas políticas de estado que trascendió gobiernos de diferentes ideologías). Los sobrevivientes quedan marcados para siempre. A su vez, el lecho de las aguas frías y turbulentas del Atlántico Sur fue la sepultura de las víctimas del hundimiento del Belgrano.
La mala situación de los excombatientes, principalmente para los conscriptos que volvieron a la vida civil, continuó luego de la rendición porque fueron introducidos en el continente en forma oculta y asilada. Se los recluyó temporalmente en cuarteles en donde se los alimentó y se les “lavó la cabeza” para que olvidaran la guerra.
Paralelamente, se creó la Comisión de Análisis y Evaluación de las responsabilidades políticas y militares en la guerra denominada Informe Rattenbach en alusión al Teniente General (R) que la dirigió. Tomó declaración a soldados y autoridades sobre lo sucedido en el conflicto y dictaminó responsabilidades y penas para los altos mandos, incluso fusilamientos que no se concretaron por el pacto corporativo político y militar. Posteriormente, se dieron testimonios que derivaron en denuncias penales de algunos ex conscriptos contra superiores por malos tratos, como estaqueamiento, castigos y desnutrición.
El reconocimiento del estado nacional democrático fue lento y contradictorio porque la política de “desmalvinización” (no tratar el tema en la sociedad y disminuir los reclamos internacionales -esto último limitado por la reciente derrota militar-) de Alfonsín y de “seducción de los isleños” (lograr el apoyo de los kelpers mediante regalos a los mismos, como osos de peluche y no ser agresivo diplomáticamente con Gran Bretaña en la afirmación de soberanía argentina) de Menem se combinó con el pobre pago de pensiones, casi inexistente cobertura por las enfermedades ocasionadas por el conflicto -por ejemplo estrés postraumático- y homenajes. Cabe destacar el tratado secreto en Madrid en 1990 de Menem y Cavallo (Ministro de Relaciones Exteriores) que firmaron con Gran Bretaña en el cual Argentina cedió en reivindicar su soberanía, redujo y debilitó a sus fuerzas armadas (esta situación se venía dando y continuó en los años sucesivos, siendo el caso más emblemático el desmantelamiento del misil Cóndor ordenado por dicho presidente debido a la presión agravada por Estados Unidos) y permitió grandes beneficios económicos en las islas -como pesca- a la potencia europea como prenda para la paz. Este fortalecimiento de Inglaterra continúa en la actualidad porque posee su mayor base militar fuera de las islas británicas, en donde los militares superan a la población civil y realizan ejercicios con armas nucleares. La nueva geopolítica mundial le da más importancia a la ubicación estratégica de las islas bajo dominio inglés ya que está muy cercana para un eventual control de los recursos de la Antártida, como el agua dulce o los minerales.
A partir de la década de 2000 con el kirchnerismo, se retomaron los reclamos por los archipiélagos de manera más intensa en los foros internacionales (sobre todo en la ONU), se instó a dialogar a Gran Bretaña, se aumentaron las pensiones a los veteranos de guerra -si bien no en grandes sumas-, se fomentó la educación alusiva a la legitimidad de soberanía -como suministro de material didáctico y audiovisual a las escuelas-, se creó el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur y se continuaron los homenajes. Incluso se obtuvo el apoyo regional sudamericano a través de la entonces vigorosa UNASUR, en sintonía con alejar la influencia de Estados Unidos y fomentar la política anticolonialista. Pero no fortalecieron a través de equipamiento y efectivos a las fuerzas armadas como poder de disuasión porque fueron “castigadas” por su participación en el Proceso de Reorganización Nacional.
Por lo tanto, a lo largo del período democrático plagado de crisis políticas y económicas, se trató con mucha dificultad dejar de lado las épocas de desidia y abandono a los ex combatientes y a la causa Malvinas. En este sentido, Santa Fe es una de las provincias que tuvo como política de estado mejorar la situación de los veteranos y de los familiares de los caídos a través de acceso a la salud, obtener viviendas y trabajo en la administración pública (estas dos últimas características de manera más restringida), realización conjunta de homenajes y el reciente inaugurado Parque Héroes de Malvinas en Rosario.
La sociedad en general también formó parte del largo menosprecio inicial ya que a los que pelearon los llamó “locos de la guerra”, negándoles trabajo en numerosos casos porque se los consideraban desequilibrados mentales. Por esta razón, muchos subsistieron en la informalidad y precariedad laboral, vendiendo artículos en la calle o haciendo changas. Otros más afortunados y de mejor condición social, se reinsertaron. Pero los 500 suicidios aproximadamente -cifra cercana a los caídos en la guerra-, expone el olvido y la traición de la mayoría de la población que bajo el ritmo futbolero se involucró para festejar la recuperación de las islas y se alejó para desentenderse de la derrota. La manifestación en la Plaza de Mayor en el momento del restablecimiento de la soberanía tenía el clima triunfalista de un campeonato de fútbol, en la cual se cantaba “olé, olé, olé, olé, el que no salta es un inglés”. Bajo esta idea sociológica, la victoria de la albiceleste sobre Inglaterra en el mundial de fútbol de México 1986 se la tomó como una “revancha” de la guerra, equiparando muertos y despojo de territorio con goles. En este sentido, se puede agregar la frase “era un país tan pobre que gritaba mas fuerte un gol que una injusticia”. La situación de los ex combatientes británicos tampoco fue buena ya que se registraron suicidios y falta de asistencia del gobierno.
Con la paz, continuó la camaradería entre algunos veteranos anteriormente enemigos, realizándose encuentros, manteniéndose en contacto o intercambiando experiencias y objetos de la guerra. Así, se dejó atrás una etapa que circunstancialmente los enfrentó. Desde 1999 los argentinos podemos volver a visitar las islas. Veteranos, familiares de víctimas o ciudadanos en general recorren los lugares más emblemáticos de la guerra, como la capital Puerto Argentino, el Cementerio Darwin o sitio de combate, en dónde permanecen restos, por ejemplo suelas de zapatillas, borcegos, vainas de balas, trincheras, cráteres por las explosiones de las bombas y pedazos de aviones derrivados. Incluso hay áreas vedadas por la permanencia de minas todavía activas.
Se puede concurrir en avión desde Río Gallegos -próximamente se agregará Córdoba- o en crucero saliendo de Buenos Aires, pero con empresas extranjeras y pasaporte. Estos hechos por un lado reflejan el mejoramiento de las relaciones diplomáticas con respecto a las islas pero muestran la intransigencia inglesa de negociar la soberanía. Esto último está potenciado por la hostilidad de los isleños hacia los argentinos que prohíben el despliegue de la bandera, el canto del himno y rechazan las reivindicaciones de la nación. Una de las causas de los hechos agresivos es que luego de la guerra los malvinenses fueron incluidos como ciudadanos ingleses con los mismos derechos que los habitantes de su antigua metrópoli y se beneficiaron económicamente con las actividades ictícolas y de turismo. El hallazgo de petróleo en el mar es otro motivo de la negativa de ceder o compartir el archipiélago.
Dentro de este contexto malvinense, desde Sunchales se honran a siete combatientes pertenecientes al mismo, ya sea por origen o por adopción, los cuales se nombran y explican a continuación, a pesar de la limitación de información en algunos casos:
Hugo José Moretto, Jorge Carlos Duks, Sergio Durando, (nació en Santa Fe y vivió en Colonia Bossi), Carlos Leconte, Gabriel Giordano y Raúl Felipe Planiscig. Todos tenían 20 años de edad en ese momento (excepto el primero que tenía 22 y el tercero 21). Moretto era cabo principal (luego fue ascendido postmortem a oficial) y los demás eran conscriptos. Los seis formaban parte de la Marina e integraban la tripulación del Crucero General Belgrano. Moretto y Duks fueron muertos por el ataque. El primero está sepultado en suelo nacional y el segundo yace en el Mar Argentino (los dos forman parte de los 53 santafesinos caídos en la guerra). Los demás viven en la actualidad, a excepción de Planiscig que falleció en 1993.
Los sobrevivientes de la colisión que lograron resguardarse en las balsas salvavidas, luego de superar la conmoción de las explosiones que provocaron muerte, horror, destrucción, gases e incendios; estuvieron a la deriva en dirección a la Antártida durante casi un día y medio en el mar a muy bajas temperaturas (10 grados bajo cero) soportando olas de gran altura (4 y 5 metros). Posteriormente, fueron encontrados por un avión de rescate que dio aviso a los buques que los rescataron, si bien otros sobrevivientes del hundimiento perecieron en el mar. La guerra para ellos había terminado porque fueron llevados a Ushuaia y luego a una base militar. Leconte, Planiscig y Giordano una vez finalizado el servicio militar retornaron a Sunchales y Durando se mudó a esta localidad un año después de la guerra.
Owen Crippa nació en Sarmiento y vivió en Colonia San Rafael, cerca de Arrufó. De origen rural, hizo la escuela primeria en dicha colonia y la secundaria en Santa Fe. Luego ingresó a la Armada. Tenía 31 años de edad en la guerra y era Guardia Marina e Instructor de Aviación con el grado de Teniente. Además, fue piloto del avión de guerra liviano Aermacchi de origen italiano. Estaba destinado a Puerto Argentino.
Tuvo varias misiones, la más relevante fue verificar el arribo de buques ingleses en el estrecho de San Carlos. Para esto estableció un rumbo de aproximación a la flota enemiga mediante un vuelo rasante por tierra. Durante la media mañana del 21 de mayo llegó a la zona de combate desencadenado por el desembarco anfibio enemigo. A medida que volaba en el área costera y marítima dentro del estrecho divisó a los barcos, a los cuales decidió atacar, disparándole a una fragata mientras recibía fuego rival. Para defenderse de la reacción inglesa se introdujo entre la flota porque así se protegió de no ser abatido ya que los disparos de las naves cesaron momentáneamente para no impactarse entre ellas. Pero el fuego se reanudó y un navío le disparó un misil al cual esquivó. En su maniobra evasiva observó más barcos y en vez de retornar a la base aérea en Puerto Argentino regresó al lugar en donde estaba la flota para anotar la ubicación y cantidad de embarcaciones. Esto lo hizo en fracciones de segundos, controlando su adrenalina y evitando el miedo para planificar sus acciones, a la vez que volaba entre cerros, valles, planicies y mar a muy alta velocidad (500 km por hora). Dibujó un croquis en su anotador apoyándolo en su rodilla mientras manejaba su avión. De esta manera, su heroica y arriesgada misión solitaria con pericia y profesionalidad proporcionó información precisa sobre el accionar inglés, lo que permitió planificar el contraataque y la defensa argentina.
Luego del conflicto, en 1984 dejó la profesión militar en desacuerdo con la “desmalvinización” de Alfonsín, la cual despreció su desempeño durante la guerra. Obtuvo la máxima condecoración “La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate”. Pero este reconocimiento fue superficial porque tuvo que sobrevivir como pudo, llegando al extremo de vender sus pertenencias, hasta que logró estabilizarse y progresar por sus propios medios, trabajando como aviador, por ejemplo para el Aero Club de Sunchales a mediados de la década de 1980. Desde entonces está radicado en Sunchales.
El denominador común, más allá de las experiencias personales, fue que concurrieron a la misma con la convicción de que era una causa justa y con valor, sin saber lo que le depararía el desenvolvimiento del conflicto. De esta manera, fueron fieles al juramento a la bandera que hicieron cuando ingresaron a las Fuerzas Armadas, además del compromiso con el país, dándose el extremo de dar la vida por la patria en el caso de Moretto y Duks. Para los sobrevivientes, el dolor de haber perdido a sus compañeros fue una herida difícil de superar. Otras similitudes fue haber recibido la espalda de la nación y el estado para que pudieran rehacer sus vidas, como no obtener trabajo o recibir atención médica y el tardío reconocimiento por su abnegado valor. Los veteranos formaron sus familias y se arraigaron en Sunchales.
Este autor tuvo la suerte de poder entrevistar a Crippa, Durando y Leconte en el marco de un proyecto educativo colectivo aún inconcluso. En dicha oportunidad se evidenció su humildad y atención. No es común e impresiona estar frente a héroes nacionales con los cuales se comparte la vida cotidiana en la comunidad local, a la vez que surge el interrogante sobre cuál es la real consideración que los sunchalenses en general tienen con respecto a los ex combatientes que viven en nuestra ciudad, incluso con el proceso histórico en donde fueron protagonistas principales. Además, resulta muy notorio observar sus fortalezas para convivir con aquella tragedia nacional, a la cual analizan con objetividad y humanidad de compañerismo, ya que también son abanderados de mantener la memoria.
Lamentablemente, la sociedad -principalmente en un pasado no tan lejano que paulatinamente se deja atrás-, resalta hechos y personajes banales, frívolos, superficiales y decadentes, presentándolos como modelos a seguir e ignora -en forma muchas veces intencional- a estas personas dignas e importantes que marcan un camino hacia una sociedad mejor. A esto se suman personas que si valoran su gesta y colaboran para la preservación de aquellos sucesos, como realizándoles homenajes e invitándoles a dar charlas. De igual manera fueron solidarios para que se reinsertaran en la sociedad, por ejemplo dándoles trabajo.
La única manera de recuperar la soberanía sobre los archipiélagos y mares australes -uno de los pocos enclaves coloniales presentes en el mundo en que se libró la última contienda bélica en la Guerra Fría- es la diplomacia y la paz. A pesar que en la actualidad la posición argentina es débil no solo por su ideología desmalvinizadora encubierta, como el intento de recortar pensiones a los excombatientes y no reclamar ante la máxima autoridad de Inglaterra. En este sentido, Macri en 2016 mintió sobre un supuesto reclamo ante la mandataria Theresa May en la ONU (lo desmintió la cancillería inglesa) y en 2019 con motivo del G 20 realizado en Buenos Aires el presidente tampoco pidió por nuestra soberanía cuando se reunió con dicha envestidura europea.
A esto se suman otras grandes fragilidades para la reivindicación de nuestros derechos. Una es la alianza (secundaria y marginal) de Argentina con Estados Unidos -aliado de Gran Bretaña-, lo que limita la postura nacional de soberanía para no erosionar su obediencia al país del norte americano. Otra es la endeble situación económica de nuestro país dirigido por el FMI porque le resta poder de decisión de una nación autónoma debido a los compromisos para renovar y pagar los multimillonarios préstamos que dicho ente le dio. A esto se suma que los países más poderosos de la OTAN son los principales socios de este organismo financiero internacional. Los dolorosos y alarmantes índices de pobreza, desempleo, ajustes tarifarios y recortes presupuestarios en áreas vitales para el desarrollo de la nación que afectan a la mayoría de la población argentina en la gestión actual provoca que la preocupación que tiene la sociedad para subsistir haga disminuir su atención y presión al gobierno para lograr la recuperación de las tierras y mares australes.
Por último, y completando el panorama diplomático, el mandatario argentino dijo en 1997 dijo que recuperar las Malvinas sería “un gasto”. Aquella afirmación se relaciona con sus dichos contrarios a la postura de una nación soberana porque también expresó que los patriotas del 9 de Julio “sintieron angustia” por independizarse de España. Esto fue en el acto del bicentenario de dicha gesta compartido con la realeza del país que nos sometió. Macri le dijo “querido rey” al aristócrata ibérico en el mismo lugar de la declaración y de la mayor cantidad de caídos en la independencia nacional (Noroeste Argentino).
Estos mensajes son contrarios a los hechos verdaderos de la historia argentina, en la cual San Martín, Belgrano, Güemes, López o Azurduy -al igual que otros hombres y mujeres conocidos y anónimos-, construyeron esta nación libre en forma decidida y voluntaria, dedicando y hasta entregando sus propias vidas y recursos. A esto se suma la resolución de eliminar a las Malvinas en el billete de 50 pesos. Es la misma medida para reemplazar a los próceres por animales en otros valores monetarios. Esto se da paralelamente con el desmantelamiento de la educación pública sin asistencia de recursos didácticos históricos y de la ciencia para investigar el pasado argentino. De esta manera, se ejerce la ideología del neoliberalismo que debilita intencionalmente a la memoria colectiva promoviendo el olvido de quienes fueron símbolos de la identidad nacional. Así, una sociedad sin memoria histórica es más fácil de dividir en el individualismo y la falta de empatía colectiva del pasado y presente, con lo cual resulta más favorable dominar e imponer sus medidas políticas y económicas perjudiciales para la mayoría.