Por: Iván Giordana.

Esta historia me la contaron para que se las cuente y me recomendaron no revelar los nombres ni mencionar los lugares de origen de los personajes, de modo que, modificaciones mediante, les narraré lo más importante de lo acontecido entre Simón y Delia, un judío de Moisés Ville y una criolla nacida en Las Palmeras. Aquí vamos, o mejor dicho, allá vamos, porque esto sucedió en los años cincuenta o por ahí nomás.

Simón y Delia terminaron la escuela primaria con doce años, él con la cabeza llena de pájaros y ella con mariposas en la panza cuando él le decía que la quería. Con la algodonosa ternura del primer amor, se pensaban, se extrañaban y hasta se animaban a decir que eran novios.

Enterados del inocente amorío, los ultraconservadores y anticuados padres de Simón alejaron a su hijo del pueblo vecino y lo mandaron a estudiar a la gran ciudad pues la sola idea de mezclar la sangre les parecía un acto de sacrilegio que dinamitaba los firmes cimientos de su tradicional familia.

Con la promesa de retornar a buscarla algún día, Simón se largó a andar el camino que sus padres le habían elegido mientras Delia trataba de dejar atrás las viñetas grises de su vida pensando en que quizás el destino había decidido ponerlos a prueba para ver qué tan puro era su amor y hasta qué punto estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por volver a estar juntos.

Sin embargo, como no todas son rosas en los jardines, siguieron sin verse y antes de cumplir los veinte, Simón se fue a Israel.

Delia, entretanto, conoció a un muchacho con el que formalizó al poco tiempo para placer y orgullo de sus allegados. Su matrimonio transcurrió como cualquier otro, con los altibajos que tiene toda convivencia y la existencia misma, con esa dicha que persiste aunque a veces se va, con ese desánimo que por suerte se esfuma aunque cada tanto vuelve.

Así como corrieron los años, también lo hicieron las noticias, y como el mundo es un pañuelo, del otro lado del mapa un canoso y encorvado Simón se enteró de que Delia había quedado viuda. Lamentó la pérdida con un respetuoso silencio y una representación imaginaria de las lágrimas en el rostro aniñado de la mujer a la que había amado durante décadas.

Se preguntó, en cien noches de desvelo, cómo hacer para llegar a ella, cómo aparecer después de cincuenta años para decirle aquí estoy, soy casi el mismo. Barajó la posibilidad de llamarla por teléfono, alternativa que tachó de inmediato por fría e impersonal. Pensó en escribirle una carta, idea desechada por no saber adónde enviarla. Decidió volver, entonces, para estrecharla en un abrazo de viejos amigos de la infancia, para sentirla cercana otra vez, aunque sus pieles no fueran tersas como las de antes, aunque sus cuerpos se hubieran perdido los mejores años.

Simón retornó a su Moisés Ville natal con la excusa de visitar a sus primos y recorrer los pueblos por los que había andado de chico. Pidió prestado un auto y transitó los pocos kilómetros que lo separaban de Las Palmeras. Con pinta pero sin aire de extranjero preguntó a un lugareño que tenía más o menos su edad dónde podía encontrar a la hija de, la que vivía en, la que tenía dos hermanos mayores que.

Tocó timbre en la casa señalada. La puerta se abrió lentamente y apareció una coqueta abuela que, dos segundos después, quedó inmóvil, con sus ojos saliendo de sus órbitas y una boca que no sabía si podía -o si debía- sonreír.

El final cae de maduro. Simón se radicó nuevamente en Argentina, vive junto a Delia en las sierras y se jacta de haber cumplido su promesa de haber vuelto a buscarla.

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1 Comentario

  1. Hermoso relato… Que facil es transportarse a traves de lo que escribis!! Dan ganas de saber mas sobre esta historia donde el amor supero tiempos y distancias..

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