Por: Iván Giordana.
Entre temas laborales, bueyes perdidos y técnicas para encontrarle la cuadratura al círculo, Chelo me relató una historia sobre la que jamás había escuchado hasta ese momento. Se las cuento a vuelo de pájaro, que es como la conocí, y con alguna que otra guirnalda para que no se ponga pesada.
A los que quieran ver en estas líneas un texto netamente político, los invito gentilmente a leer otra sección y volver en unos días.
A finales del ´82 el gobierno militar había comenzado a pensar en su salida impulsado, entre otros tantos abusos y desaciertos, por la cruel derrota en la guerra de Malvinas. Si bien aún faltaba sacarle el polvo a las urnas y organizar la jornada electoral, se empezaba a respirar el fresco aire de la democracia.
En Sunchales, los muchachos del comité retomaban las reuniones libres y pensaban en lo interesante que podía resultar convocar a una persona de prestigio para que hiciese un análisis de lo que estaba sucediendo, brindase su opinión respecto de la situación del país y respondiese las preguntas que los ciudadanos pudiesen tener.
Se barajaban varios nombres, todos ellos de personas destacadas o reconocidas, hasta que la balanza se inclinó por un apellido que, de sólo nombrarlo, hacía prescindible cualquier presentación.
En las arcas del comité no había ni pelusas y el apoyo que se podía conseguir resultaba mínimo. Afortunadamente no era necesario reservar una habitación en el hotel, ni un pasaje ida y vuelta en la mejor línea aérea, ni organizar pomposos almuerzos con cartas en francés. El ilustre disertante no requería más que un espacio en dónde exponer y gente dispuesta a escuchar. Quizás un vaso de agua.
El día de la cita el orador arribó, para sorpresa de todos, en la renoleta blanca de un amigo que se había ofrecido a traerlo. Ni en un moderno Falcon, ni en un ostentoso Fairlane, ni en un curvilíneo Peugeot 504; llegó en el asiento del acompañante de un modesto vehículo similar al de la foto que encabeza este texto.
Como venía de cerca, se volvió ese mismo día, luego de la reunión. Había partido temprano desde Cruz del Eje, ciudad en la que vivía ese parsimonioso y humilde médico que se había ido de la Casa Rosada igual que como había entrado; con poco y, según los historiadores, legítimamente obtenido. No se había ido por voluntad propia, lamentablemente.
El visitante se llamaba Arturo Humberto Illia, había sido presidente de la Nación desde octubre del ´63 hasta junio del ´66 y pasaba sus días ejerciendo su profesión en la ciudad que había adoptado como propia desde su juventud, aunque hay algunos que dicen que trabajaba en la panadería de un amigo para ganarse la vida.
Cualquier semejanza con una Argentina extinta, no es mera coincidencia.